‘Desig’, alto voltaje emocional en el TNC
Josep Maria Benet i Jornet es un clásico del teatro catalán contemporáneo que, como todos los clásicos, gana con tiempo. Los temas que aborda, los personajes que crea, los enigmas que plantea, son estremecedoramente actuales, quizá porque todo en ellos habla de la dificultad de amar y ser amado. Así lo entiende la directora de escena Sílvia Munt, quien, en un momento dulce de su trayectoria, dirige en el Teatre Nacional de Catalunya (TNC) una fascinante y valiente versión de Desig, uno de los textos de culto del gran dramaturgo, a cuyo universo teatral se acerca por primera vez. Acierta y nos regala una antológica actuación de Laura Conejero dando vida a una mujer de carácter que desnuda sus sentimientos en busca de su ansiada libertad.
En 2000, Benet i Jornet fue el primer dramaturgo que estrenaba una obra en la Sala Gran del TNC (y durante 15 años fue el único). Hablamos de Olors, dirigida por Mario Gas. Ahora, con la mirada femenina y serena de Munt, uno de sus textos más oscuros y crípticos, Desig (1989), estrenado en el Romea en 1991 bajo la dirección de Sergi Belbel, remueve los esquemas del TNC.
Con la sala rediseñada para crear un escenario a dos bandas, casi desnudo, más íntimo y cercano a los cuatro actores, ligados por su deseo inconfesable, que protagonizan la obra, Munt logra esa mayor proximidad, tan necesaria para activar los resortes de un texto que juega con la ambigüedad para turbar al espectador cada vez que afloran nuevas capas de sus tramas soterradas.
El dolor del deseo, la lucha interna en la búsqueda de la identidad sexual, los sueños reprimidos y ahogados por una vida matrimonial de apariencia tranquila y rutinaria, quizá nunca deseada y sostenida con cimientos que no soportan el peso de los deseos inconfesados. De todo ello nos habla Benet i Jornet, Papitu, en Desig con un doble lenguaje y un doble universo que agita más por lo que esconde que por lo que enseña.
La obra cuenta la historia de un matrimonio que ve interrumpida su vida rutinaria en una casa de montaña por llamadas anónimas (los teléfonos antiguos eran más inquietantes) y un coche que hace luces al lado de la carretera. La misteriosa conexión con una pareja de desconocidos activa los recuerdos de una noche casi olvidada. Con esta trama, Benet i Jornet hace milagros, porque nos conduce al mundo interior de los personajes para mostrarnos sus miedos y deseos inconfesados. La realidad y los sueños (lo que nos pasa y lo que querríamos que nos pasara), se funden en un perturbador retrato emocional.
Un volcán de matices
Vuelan esos deseos en un ejercicio teatral sobrio y preciso en las formas, pero de alto voltaje emocional. La escenografía mínima de Enric Planas, dos mesas y tres bancos, crea un espacio de luces y sombras que los personajes habitan con fuerza interior en una atmósfera onírica, con iluminación de Carlos Marquerie, vestuario de Míriam Compte, espacio sonoro de Jordi Bonet y Judit Farrés y un poético vídeo final de Dani Lacasa, de reveladora esencia y proyectado en el suelo, mientras la sensual voz de Mina estremece.
Conejero está sensacional. Muestra la rabia, dudas y miedos de una mujer harta de reprimir sus deseos, un volcán de emociones a las que da vida con un arsenal de recursos y matices vertidos con el tono justo y gran intensidad. Munt deja espacio al ritmo interior de cada actor y lo aprovechan bien Carles Martínez, Raimon Molins y Anna Sahun para ir revelando las capas emocionales de unos personajes enfrentados a sus contradicciones.
Tras dirigir Les irresponsables, de Javier Daulte, y Eva contra Eva, de Pau Miró, Munt añade un nuevo triunfo con su primer Benet i Jornet, al que ni había interpretado ni dirigido nunca, pero con el que logra una conexión profunda. Que siga la racha: está en vena.